El Carnaval, como la mayoría de las celebraciones de la
Europa cristiana, remonta sus orígenes a antiguas tradiciones cristianas. Se
relaciona con los Saturnales, en honor al dios Saturno o con las bacanales en
honor a Baco, el dios del vino.
También se relaciona con celebraciones similares en
Sumeria y Egipto, hace más de 5000 años.
El final del Carnaval da inicio a la cuaresma, y se
considera una manera de descontrolarse antes de esos 40 días de recogimiento y
ayuno.
Etimológicamente, en la Edad Media, se propuso carne-levare, que en latín significa abandonar la carne. Luego, surgió la
palabra italiana carnevale, que daba
nombre a la época durante la que podía comer carne, y es el término que se
utiliza en la actualidad.
En la actualidad, algunos autores lo relacionan con la
diosa celta de las habas y el tocino, Carna.
Los carnavales de Río de Janeiro, los más grandes del
mundo, llenos de color, característicos por sus carrozas que desfilan al ritmo
de la samba.
Los de Gualeguachú, en Argentina, son los más largos
empezando el primer fin de semana de enero y terminando el último de marzo.
Conocido por su magníficas carrozas y su enorme corsódromo (40.000 personas)
En la ciudad de Buenos Aires, los vecinos de los barrios
salen a la calle con sus corsos y sus murgas.
Alejandro Dolina, en su libro “Crónicas del Ángel Gris”,
cuenta la idea de Manuel Mandeb (uno de sus personajes) de organizar El Corso
Triste de la calle Caracas, en el que sus integrantes intentaban encontrar la
alegría detrás de tristes disfraces y actitudes melancólicas. “Si bajo la sonora risa del payaso se adivina
siempre una lágrima, es posible que encontremos una sonrisa al sacarnos
nuestras caretas de víctimas”
En España, uno de los más famosos es el de Cádiz, con su
concurso de agrupaciones de Carnaval. O el de Santa Cruz de Tenerife, con sus
murgas, comparsas y grupos de disfraces llenando las calles.
Mi asignatura pendiente: el Carnaval de Venecia, con sus
fabulosos trajes y sus máscaras blancas ideadas para que los nobles pudieran
mezclarse con el pueblo y tener aventuras sin peligro.
Giacomo Casanova cuenta en sus memorias una pequeña broma
que les jugó a sus dos amantes, encerradas en un convento. Durante los
carnavales, en Venecia algunos conventos organizaban un baile y permitían a las
monjas el “placer” de observar la fiesta desde las ventanas que utilizaban para
recibir a sus visitas. Casanova decidió disfrazarse de Pierrot, con su amplio
traje de mangas anchas, esperando así no se reconocido y divirtió a sus amigas
con danzas y escenas cómicas.
Mi recuerdos infantiles del carnaval están pasados por
agua…aerosoles de espuma, guerras de agua con hermanos, primos y amigos, bandas
de chicos que esperaban el paso de chicas guapas para lanzarles pequeños globos
llenos de agua (conmigo tenían muy mala puntería).
Actualmente, disfruto muchísimo del stress de pensar,
diseñar y crear los disfraces para Lau y para mí. Cada año me complico más la
existencia, como la idea de disfrazar la bicicleta de dragón…
Evidentemente, tampoco podía faltar un pastel de carnaval
para la merienda!
Diana
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